Cuando la rescataron su vida corría peligro; gracias a los cuidados y el amor que recibió pudo reescribir su historia y tener la familia que todo animal merece.
Se quejaba, había dejado de comer y tomar agua y tampoco podía moverse ni levantar su cabeza. Habían pasado cinco días desde que, aparentemente y según palabras de su dueña, a París, una mestiza de 9 años, la había atropellado un auto. Era un caluroso día de enero y Misha Gildenberger recibió un alerta donde su dueña pedía ayuda para que rescataran al animal. «Fue un miércoles. Cuando hablé con la señora le pregunté el motivo por el que no la había llevado a la veterinaria y me respondió que no tenía plata para pagar. Pero yo rescato animales hace años y sé que con voluntad todo se puede por eso no perdí tiempo y la fui a buscar ese mismo día», recuerda Misha. París vivía en un barrio humilde de la Provincia de Buenos Aires y Misha pudo saber con el tiempo que, aunque tenía techo y una familia, dormía bajo un auto en la calle y comía lo que encontraba en la basura.
Misha la llevó a su casa y juntas empezaron a recorrer un camino que no iba a ser fácil de transitar. «París estaba cuadripléjica, la tenía que ayudar a comer, a tomar agua y la rotaba a cada rato para que su cuerpo no sintiera dolor por estar en la misma posición. Realmente tenía pocas esperanzas sobre su evolución pero estaba decidida a no bajar los brazos», dice Misha. Durante toda la primera semana en su nuevo hogar, París visitó diariamente el consultorio veterinario para que le aplicaran corticoides, le administraran medicamentos y controlaran su evolución. Es que además de su problema de movilidad, la perra tenía un severo cuadro respiratorio que la obligaba a respirar por la boca y por lo que tuvo que recibir nebulizaciones. Pero de a poco logró salir adelante. «Ella fue una gran compañera de recuperación, siempre cariñosa, bien dispuesta y con ganas de colaborar en todo lo que teníamos que hacer para que estuviera mejor», reconoce su rescatista.
Pero sin duda alguna lo que dio un nuevo giro en la historia de París fue la terapia neural, una práctica alternativa que tiene muy buenos resultados en animales con problemas de movilidad. «La primera sesión de terapia neural fue mágica para París. Al otro día ya estaba de pie, a los pocos días daba sus primeros pasos y al mes ya estaba caminando con mucha dificultad pero caminando al fin. Tengo que reconocer que esto le cambió la vida», dice Misha con una sonrisa. Fue entonces cuando descubrieron que a París no la había atropellado un auto sino que padecía, desde cachorra, un pinzamiento en una de sus vértebras que le dificultaba caminar con normalidad y que se había agravado con el paso el tiempo.
Pero aunque París estaba en franca recuperación y era, según palabras de Misha, la perra «más buena, amorosa, educada y agradecida» que ella jamás conoció, la convivencia con sus otros rescatados -Misha lleva adelante una guardería para perros y gatos, además rescata animales de la calle- se estaba tornando difícil y Misha no podía dedicarle todo el tiempo que París merecía. Entonces, en un acto de amor, decidió ponerla en adopción y darle la posibilidad de tener una familia y un hogar donde la perra pudiera recibir todo el amor que durante aquellos primeros nueve años de su vida no había conocido. «Aunque todo el mundo me reprochó haberme despegado de ella, hoy estoy convencida que ponerla en adopción fue un acto de amor. Sé que no tengo que ser egoísta, aguantarme el llanto y entender que podía tener una vida más feliz que la que tenía conmigo», se sincera Misha. Y agrega: «la recuperación de París es un ejemplo de que entre todos y con buena voluntad se pueden cambiar las cosas. Cada uno puede aportar desde su lugar y entender la importancia de la adopción responsable, de no comprar animales y que darle un hogar a un perro adulto que sufrió en la calle es un acto de amor».
Y fue entonces que apareció Mariano Bustamante (31). Él buscaba un perrito que lo acompañara; hacía un año y medio se había mudado solo a un departamento cerca de su lugar de trabajo y sentía que quería darle la oportunidad a un rescatado. «Investigando en la web di con Misha. Hablamos por teléfono, ella me contó de París, me pareció una historia increíble y la fui a conocer. Quería estar seguro y estar a la altura de lo que el animal necesitara antes de dar el gran paso», recuerda Mariano.
Fue amor a primera vista entre ellos. Es que Mariano tiene, de alguna manera, una historia similar a la de París. A los 16, mientras circulaba en moto sufrió un accidente: un colectivo lo atropelló y desde entonces se maneja en silla de ruedas ya que tiene una lesión en la médula espinal que le produjo una parálisis en las piernas. «Me acuerdo del primer llamado que tuve con Misha. Cuando ella me dijo que París tenía un problema en sus patitas de atrás y por eso no podía subir escaleras o pararse en dos patas como hace la mayoría de los perros, me sentí identificado de inmediato. Yo tampoco puedo subir escaleras así que le expliqué a Misha que juntos íbamos a buscar alguna rampa o ascensor», explica Mariano.
París también es cuidadosa con los tiempos y el tipo de terreno que deben transitar juntos y con la silla de ruedas. Ella sabe que tiene que caminar más despacio cuando van a cruzar la calle, hay desniveles o cuando Mariano necesita hacer alguna maniobra con la silla. «Desde el primer día me pareció hermosa en todo sentido: su manera graciosa de caminar, su pelo, su cara de contenta», dice Mariano. Los primeros días en el departamento fueron de aprendizaje para los dos: él respetaba sus tiempos y lograba ganar su confianza. «Se porta re bien en casa, cada vez que salimos a pasear se pone contenta, esa es una actividad que nos sirvió al principio para afianzar el vínculo. Es muy obediente y disfrutamos mucho cuando vamos a la plaza. Ella se queda conmigo y me hace caso. Cuando necesita subir a la cama o al sillón empieza a zapatear al lado mío para que la ayude, porque solita no puede hacerlo. Es un amor de perra y estoy muy feliz de tenerla conmigo», concluye Mariano.