Ivo fue la luz de mis ojos, mi alma, mi vida. Lo encontré cuando tenía un año en la Plaza San Martín, con sarna, una fractura en una pata trasera ya soldada y echado al sol. Lo acaricié pero no se inmutó, hasta que le dije: «Me tengo que ir». Fue entonces cuando se levantó y me miró… Me enamoró al instante. Esa mirada me traspasó el corazón, y desde ese momento, sin dudarlo, se convirtió en el amor de mi vida. Pasamos once años juntos, crecimos juntos, lo llevé a conocer el mar y ahí es donde descansan sus restos ahora: el lugar donde fuimos muy felices y libres.
Ivo era capaz de comprender cualquier cosa que pudiera decirle. Estuvo conmigo en mis momentos más difíciles, incluso cuando no podía ocuparme totalmente de él. Siempre dicen que uno le salva la vida al animal que rescata, pero él me la salvó a mí. Jamás, por más que quise, pude darle tanto como lo que él me ofrecía.
Ya hace cinco años que partió, un Día de Reyes, y aún lo sigo extrañando y llorando. Sé que nunca voy a encontrar otro perro como él.
Te amo, Ivo, con toda mi alma, donde quiera que estés.
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